El día que apagaron la luz by Camila Fabbri

El día que apagaron la luz by Camila Fabbri

autor:Camila Fabbri [Fabbri, Camila]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Drama, Crónica, Memorias
editor: ePubLibre
publicado: 2019-02-15T00:00:00+00:00


9

JOAQUÍN Y NAHUEL

SILENCIO ENTRE CANCIONES

Joaquín y Nahuel eran amigos de recitales y de curso. Se sentaban juntos en el Bachiller Pedagógico de tercer año de la secundaria Normal 1 Roque Sáenz Peña. No dudaron en sacar todas las entradas de todas las fechas de Callejeros. Tenían quince años y asistirían a las tres fechas de República Cromañón, porque eso es lo que hacían. Eran los que dominaban la calle. Los nocturnos.

La noche del martes 28 se reunieron dos horas antes en la casa de Mauri, otro compañero de curso, que quedaba cerca de Plaza Miserere. Además, la madre de Mauri nunca estaba así que tenían la casa para ellos. Había un patio en la parte de atrás que daba la sensación de estar lejos, de viaje en una isla del Tigre, cerca del río Paraná. Había un cuarto en el fondo, también, que Mauri usaba para tocar la batería cuando quería estar solo. Aunque para Mauricio Viñes estar solo era algo habitual. Su madre era azafata; siempre que podía traía perfumes de los viajes, así que en el botiquín de la casa había una gran cantidad de frasquitos de colores con fragancias especiales. La azafata madre compraba frascos para dejar asentada su presencia, colonizaba y después volvía a echar vuelo. Se hacían muchas fiestas en esa casa, con cerveza Quilmes, Fernet Fernando, vino en cartón, marihuana, puchos, chocolates, caramelos Butter Tofees, televisor encendido en un canal de cable, otro televisor conectado a dos joystick de Playstation.

La noche del 30 de diciembre, Joaco y Nahuel volvieron a tocarle el timbre a Mauri y él les abrió con aspecto cansado. Tres días seguidos viendo las mismas caras, haciendo dos horas de tiempo y alcohol para acercarse caminando a Bartolomé Mitre al tres mil. Nahuel tenía dolor de garganta y los ojos colorados.

Los tres amigos se tiraron en el sillón del living a escuchar Rocanroles sin destino, el disco que se presentaría esa noche. La tercera canción del disco tiene una introducción con violines y en el estribillo sentencia: «Sería una pena que un día me dieras por muerto y te helaras las venas, y me dejaras un tajo en la cara y un viaje al dolor por condena».

—¿Cómo van a hacer para entrar los violines al escenario? —preguntó Nahuel.

—Ni idea. No creo que entren en ese escenario minúsculo —respondió Joaco—. Ya les queda chico Cromañón a estos pibes.

—¿Cuántos violines son?

—Tres.

—¿Qué sabés vos?

—No sé. Uso el oído.

La canción sigue: «Sería una real pena, no volver, no volver a tocarte otra vez» y los violines se funden en algo que ni Nahuel, ni Joaco ni Mauri entienden pero suena bien. Terminan la cuarta cerveza y salen al calor de la avenida Rivadavia.

Al lado de la puerta del boliche Cromañón hay un albergue transitorio. Los tres amigos se sientan a tomar una cerveza y a hacer tiempo ahí. Ese jueves a la tarde hay mucha gente en Plaza Miserere. Demasiada. Cuando ven salir a una pareja del albergue, le gritan cosas y se esconden uno detrás del otro.



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